abril – junio 2022 – Hotel Inminente – Córdoba, Argentina
Ni siquiera tu nombre
La ceremonia del tesoro y el aliento (II) (aún)
A: Ya estamos en casa, ¿qué es este agobio que te somete?
B: Son los pájaros que se van; ¿y si no los vuelvo a ver?
A: Aquí hay silencio.
“Noli me tangere”, no me toques, es una escena bíblica reproducida innumerables veces en la historia del arte, en la que un cristo resucitado esquiva a María Magdalena cuya mano queda suspendida en un contacto evadido al infinito. J. L. Nancy señala que lo intocable es cercano a lo inconmensurable y que esta sentencia, cuya traducción también puede ser “no me detengas, no me retengas” se dirige hacia un “no trates de apoderarte de esta vida finita, no trates de tocar lo que esencialmente se aleja y, alejándose, te toca por su misma distancia.”
En una sala, unos cuerpos hechos de cables y tubos flotan y reproducen en una repetición adiestrada y maquínica, gestos idénticos a la vida que los circunda. ¿Qué es la supervivencia?
Lo precario persiste entre arquitecturas que no son abrigo, en discontinuidades y murmuraciones por fuera de todo enunciado civilizatorio. Lo precario que persiste llega a un estado (transitorio) de insurrección que desdobla la máquina especular en tanto que carcome la estructura que funda lo humano. Agua, termitas, gusanos, moho, bacterias, pájaros, lo pequeño que destroza lo inmenso. Lo pequeño que insiste en restituir al mundo pre humano cualquier transformación que hayamos realizado en el entorno.
Necesitamos en esta sala una cierta literalidad. Hacer una casa para estas partes sueltas de vos que no cesan de insistir y que aún así (aún) desbordan su propia finitud y se cansan. No es obra, es una escena. Estás ahí y a partir de ahora una parte tuya habrá vivido en ese refugio húmedo, este habrá sido tu domicilio y un tiempo de tu vida estará siempre suspendida en esta habitación-altillo en la que tu corazón late e insiste en su propio ritmo. |
(Aún) en este tiempo
Entre la mano de MM y el resucitado, lo que se funda es un espacio en alejamiento continuo. No importa ni la mano ni el cuerpo en movimiento sino ese aire ahí al medio, en el que la supervivencia se aleja a perpetuidad del gesto anclado en lo vivo que es el tacto. Tocar es tocar desde una corporalidad que está en pleno cauce vital. Tal vez es que la supervivencia pertenece al territorio de la imagen y no del cuerpo. Elude ser tocada. Evita ser tocada porque lo que sobrevive, (¿la ceniza?), es al mismo tiempo mundo y des-mundo y en su dualidad ocupa una distancia con el presente que funda intersticios habitables solo por quienes pueden, de alguna forma, convertirse en migrantes.
Lo que sobrevive es un espejo, ese ámbito de la ondulación del agua, tánatos y eros del Narciso.
Necesitamos en esta sala una cierta literalidad. Hacer una casa y que les entre el sol. Construirles un hábitat con lo que tenemos a mano, luz, castillos de arena, barquitos de papel. |
Andrés Belfanti escribe: “una cicatriz es una marca (y un limite) un camino (y un muro) un lugar donde insertar {plumas, escamas, cables}” | Mariana Robles escribe: “no hay clavel o margarita que se destiña con el sol. Eso es el límite, un obstinado esfuerzo que las obliga a seguir persistiendo.” |
Insurrectxs (aún)
Estas máquinas no deslumbran pero nos tientan a preguntarles quién sos, o quién fuiste, o si estás proyectando un futuro en el que podamos quedarnos aunque sea un rato más. “Más tarde” dice Blanchot en su libro El instante de mi muerte. Más tarde, es decir después de la escena, el momento en el que no sabemos si las cosas se mueven cuando no estamos ahí para verlas.
Estas máquinas que no tienen intención biológica, que no habrán nacido nunca, a las que el nacimiento les fue negado ontológicamente y cuelan una impronta, un registro, una similitud lejana, una literalidad inconclusa, que están en el otro allá, en el lugar en donde la mano de MM nunca toca aquello que dice que ha vuelto a la vida, ellas, dicen. Ellas hablan la lengua de la retirada.
No me toques. Agrego, no me hables. Agrego, no me mires sin antes irte vos también a tu recinto húmedo y sombrío en donde esperás que pase algo. Acá no hay nada. Hay una boca que besa una mano en el último resquicio de pluralidad antes del silencio. Hay también (aún) una mano al borde de un tacto pendiente, (al borde de una pendiente?) y algo que en el otro allá no cesa de irse.
Escribo dos textos al mismo tiempo, y decido que es uno solo. La mitad para Andrés Belfanti, la mitad para Mariana Robles.
Pienso en un texto que se pueda romper como con esas máquinas que usan para destruir lo legible y volverlo ilegible. Con una máquina de esas, L. hace tiras de papel con mis escritos y sus partituras, para que las palomas que cuida puedan tejer sus nidos. Creo que es el mejor destino para todo texto.
Mientras escribo, alguien que he amado con todo mi corazón muere en mis brazos.
Mis brazos, ahora un umbral en el que el aliento se aleja perpetuo.
Una escena de enmudecimiento, toda partida circunscribe la palabra a un silencio que calla mucho más de lo que puede callar.
Necesitamos en la sala algo que reúna los mundos. Agua o una silla, algo que hable las dos lenguas. Un amor fantasma encuentra sus nodos luego de kilómetros de traslados, y desaparece. |
“He aquí lo que corresponde a un saber de amor. Ama lo que se te escapa, ama a aquel que se va.”
El umbral como un saber de amor
En lugar de imaginarnos vidas posibles para estos semicuerpos, los instalamos en un ambiente que nosotros podemos usar. Una oportunidad de adoración o de confesión de diván.
La soledad de los latidos y del aliento es un tesoro. Era necesaria aquí una literalidad fracturada, suspender por unos minutos la representación de la vida cotidiana, quedarnos con lo primigenio, respirar, latir, gemir.
Insurrecciones inútiles. El arrojo al mar, ese umbral entre el deseo de Ulises y la voz que llama desde una isla. Todo lo que sucede, sucede en el entre y se disipa también en el entre. Entre mis dedos se cuela el agua, la arena y cualquier ondulación.
En mi mano tengo un arañazo, la última huella que me dejó esa a quien amé y que se ha ido. Estos días, todos los días, me beso esa cicatriz muy chiquita, y la veo desvanecerse en el resto de mi piel. La beso porque es la huella de lo vivo, y la huella de la ausencia.
Amar lo que se va, el tiempo, sobre todo el tiempo, ese ámbito en el que la eternidad tiene los poderes de Medusa. Te convertirás en sal. Pero mientras tanto, a pesar de saberse inútil y a pesar de toda advertencia, la mano se estira y turba el cauce y en ese temblor, inscribe la vida (aún) posible.
Indira Montoya. Abril 2022
1. Nancy, J.-L. (2006). Noli me tangere: ensayo sobre el levantamiento del cuerpo (M. Tabuyo & A. López, Trans.). Trotta.
2. Blanchot, M. (1999). El instante de mi muerte: Locura de la luz. Tecnos
3. Nancy, J.-L. (2006). Noli me tangere: ensayo sobre el levantamiento del cuerpo (M. Tabuyo & A. López, Trans.). Editorial Trotta.
4. Derrida, J. (2008). La difunta ceniza (C. d. Peretti & D. Alvaro, Trans.). La Cebra.